viernes, 25 de noviembre de 2016

¿Qué hacemos con los TLP?







He conocido a un buen número de familiares que, desde el tumulto de emociones que se viven junto a alguien con trastorno límite de personalidad, preguntaban... ¿qué hago con ella (o él), doctor? 

Así que voy a intentar contestar a esa pregunta.


Versión breve: 


1. De manera general, nuestra tarea es ayudar a acercarles a la búsqueda autónoma de modos de resolver, saciar, desahogar y nutrir sus necesidades.




2. Como a personas que reemprenden un difícil caminar, con algún traspiés, pondremos las manos a los lados (y si el traspiés tiene riesgo de daño propio o ajeno, se puede llegar a ingresos de contención).



Libros: Uno esencial: "Deja de andar sobre cáscaras de huevo" ("Stop walking on egg shells")


Una terapia: la que creó Marsha Linehan, la Terapia Dialéctica conductual





Y un poema para resumirlo...









Se hace duro el andar en ocasiones

 y no falta algún que otro tropezón.

 No diré que no tuve decepciones,

 pero algunas ilusiones
 me han servido de bastón.

Escuché que es posible hallar la cima
cada día subiendo un escalón.
Llené bien la mochila de autoestima
¿quién se viene? ¿quién se anima? 
¡vámonos de expedición!

SEGUIREMOS LAS SEÑALES,
ANDAREMOS LOS CAMINOS.
NUESTRAS HUELLAS DESIGUALES
BUSCAN EL MISMO DESTINO 

CAMINAR VALE LA PENA 
Y CUANDO TÚ ME ACOMPAÑAS 
PUEDEN SER GRANOS DE ARENA ...

LAS ALTÍSIMAS MONTAÑAS 




Quiero ser lo que soy en movimiento,
quiero ver horizontes tras las nubes, 
caminar cuando no me quede aliento, 
aunque tenga que ir más lento. 
Nada es fácil cuando subes.

Y si un día el cansancio me venciera, 
pueden más tus abrazos que mis daños.
Con tus manos me acercas la escalera, 
que, teniendo quién me quiera,
cada paso es un peldaño...



SEGUIREMOS LAS SEÑALES,
ANDAREMOS LOS CAMINOS.

NUESTRAS HUELLAS DESIGUALES

BUSCAN EL MISMO DESTINO 


CAMINAR VALE LA PENA 
Y CUANDO TÚ ME ACOMPAÑAS 
PUEDEN SER GRANOS DE ARENA ...

LAS ALTÍSIMAS MONTAÑAS  










Y ahora la versión algo más larga (ojo, con lo anterior, llevado a la práctica y concretado en las circunstancias particulares, ya valdría).



I. Lo primero, la seguridad. 



Empecemos por definir motivo de preocupación y planteamiento de intervenir ante cualquier persona con TLP

Siempre es el mismo: un daño (dolor o déficit), 

propio de quien lo sufre (angustia, ansiedad, tristeza, rabia) o ajeno (violencia, o conducta preocupante para quien le quiere y la ve, o torpeza inapropiada para los talentos que tenía), 



Empezamos a intervenir:

Si en un momento dado hay grave alteración del juicio o conducta, sujetarle (o sea, hacer que no pierda su ser de sujeto, y llamar a más personas, y empezar a turnarse para contener y observar). No hablo de correas. Hablo de samur, policia, personal, otros familiares...

Y si en algún momento se aprecia incongruencia de los síntomas con sus antecedentes psíquicos, derivar a medicina interna (descartar patología orgánica o intoxicación)


II. Lo segundo, la comprensión

Cuando se exagera la utilización de estrategias de obtención de amor (por una crisis personal, o por una malnutrición de afecto desde la infancia), aparecen unos trastornos de personalidad ...(mejor sería decir trastornos de la estrategia para saciar la sed de amor)



Falta amor y sabe buscarlo atrayendo amorhistriónico (de su "talento" o sus "atributos"). Ha recibido en el pasado mucho amor, y aspira a lo mismo, porque ya no lo recibe...

Falta amor y sabe buscarlo destruyendo: sociópataQuizá por daño grave en la transmisión de la norma moral infantil, o por carencias o excesos de cuidados extraordinarias, ha aprendido mal a saciarse, con malos ejemplos y experiencias.

Falta amor  y sólo sabe buscarlo en una cosadependiente (en cuanto encuentra una fuente "segura" de amor, dado por una persona, cosa o sustancia, se aferra a ella con fuerza, temiendo perderla). Ha experimentado poco amor.


Falta amor y no sabe conservarlo: límite o borderline, con el miedo compulsivo al abandono de los TLP (lo que se manifiesta en relaciones intensas cambiantes, fluctuando entre el goce de unirse y el miedo a disolverse en la unión, entre el goce de la autoafirmación al separarse y el miedo a la soledad si nadie más le quiere...)

Falta amor y busca dolor: masoquista. Ha experimentado el enfermizo placer de ser objeto de atención dañina sin serlo de otro tipo.


Todos tenemos en nuestra mente ideal una percepción clara del mundo ideal (donde los buenos ganan, las cosas se hacen bien, el esfuerzo tiene recompensa, y se suman las fuerzas en comunidad), y al mismo tiempo todos tenemos en nuestra mente real una percepción clara de este mundo (donde los pillos que hacen daño a veces ganan, las cosas a menudo se hacen mal, el esfuerzo a veces no da frutos, y nos ponemos obstáculos unos a otros).

Percibir la distancia entre ambos mundos (la brecha entre cómo deberían ser las cosas y cómo son) duele, como duele una herida (que separa sus bordes).

El dolor es mayor cuanto más grande sea la distancia entre ambos mundos (una madre perdiendo a un hijo, o el fracaso de una buena idea en la que uno ha invertido mucho), pero también la emoción de lágrimas de alegría es mayor cuando una gran herida se cierra (cuando alguien se salva de una muerte anunciada gracias a un acto heroico, o cuando un anónimo ciudadano es reconocido y tratado por la vida como merece, recibiendo un premio enorme...).

Y frente a ese dolor de algo que se rompe, la reacción más natural y primitiva es causar dolor que de alguna manera "equilibre" la balanza del dolor sufrido (dañar al débil, afear lo admirable, robar lo complementario, o herir lo igual, como a sí mismo), como haría un animal herido que reparte dentelladas, o un ciudadano tratado injustamente que se toma la justicia por su mano.

Pero hay formas más sanas de reaccionar: 

Está la forma inteligente, la de quien recibe dolor y decide buscar amor (busca autocompensarse, tratarse bien, olvidar, perdonar, no seguir extendiendo dolor a otros, ni condenarse a ese frío alimento de la venganza...). 

Y está la forma heroica, admirable, la de quien recibe dolor y decide crear amor, como Aurora Beltrán, mi paisana de Tahúres Zurdos, que cuando se sentía herida y rota, usaba ese dolor para crear canciones de amor... Esa manera de manejar la rabia dándole la vuelta, como esos hombres buenos que, otra vez en palabras de Brecht, son imprescindibles... y que al ver el mundo roto, tratan de arreglarlo.

III. Lo tercero, el reconocimiento

El TLP tiene mala fama.A mi personalmente no me gusta el término Trastorno de personalidad. A los profesionales a los que conozco, tampoco (les entran como escalofríos al oír hablar de ellos, y tratan de exorcizar el temor utilizando para nombrarlos el acróstico, tepé, TP...). Y algunos pacientes la confunden con esa "doble personalidad" tan típica de las películas pero tan rara en los tiempos laxos que vivimos (quién necesita disociarse, si ya lo hace la sociedad por nosotros...)

De hecho, veo poco práctico el diagnóstico de trastorno (el que sea) de personalidad.


1. Primero, porque es poco específico: es frecuente que, a partir de una impresión del terapeuta sobre los rasgos destacados (y dañinos para el paciente o para los demás), se haga un diagnóstico de Trastorno mixto, o que se destaque sólo uno de ellos, pero no se mencionen otros rasgos existentes...Casi ningún caso que he conocido era "puro" (copio aquí una tabla con los diagnósticos oficiales)






2. Además, a menudo la impresión depende del momento vital (y anímico) en que vemos a la persona de manera que:


a) muchos en estados depresivos parecen dependientes, fóbicos, obsesivos o histriónicos de lo patológico...


b) muchos en estados exaltados parecen narcisistas, antisociales, histriónicos de lo espectacular...


c) muchos en estados psicóticos parecen esquizoides, esquizotípicos o paranoides...


d) y muchos inestables anímicos parecen... afectos de trastorno límite (llamado también de inestabilidad emocional).



3. Yendo un poco más al fondo, creo que ninguna personalidad está esencialmente "trastornada". Puede estar poco madura (y que aparezcan inmadureces) o "cruda" (y que aparezcan crueldades). Pero eso se arregla, como pasa con la fruta poco madura, con tiempo, luz (conocimiento), agua (dejando fluir las emociones líquidas...), nutrientes (saciar necesidades básicas, de seguridad, de reconocimiento y autorrealización) y calor (compañía, amor). O como pasa con la comida cruda (aquí lo más importante es el calor...).



4. Por último, he de decir que a menudo el diagnóstico se convierte en una losa pesada para quien lo reciba: a lo peor, puede verse "etiquetado" como paciente molesto, o simulador, o "intratable". Quizá se atiendan menos de lo debido esas fluctuaciones anímicas que podrían tener tratamiento, o al revés, se trate más de lo debido, y se entre en yatrogenia farmacógena. Y qué decir de las consecuencias sociolegales... Un diagnóstico de trastorno de personalidad puede producir un exceso de medidas (exonerándole de las responsabilidades o consecuencias que le harían "madurar", o declarándole minusválido y dándole una renta vitalicia con la que, a falta de verdadero trabajo y amigos, comprará sucedáneos de afecto y validez).



¿Y todo para qué? ¿Para que le incluyan en terapias pocas veces eficaces (en un estudio francamente honesto de un hospital de día para trastornos de personalidad, los que no se iban de alta voluntaria, mejoraban tanto como... los no tratados que estaban en lista de espera)? ¿Para que una aproximación basada en lo aparente (la conducta disfuncional) les diga una y otra vez que "no ponen de su parte" por mantenerla (sin haber entrenado en muchos casos conductas alternativas más funcionales)?

Y la relación entre familiares y profesionales no ayuda a mejorar ese clima... . Hay muchos prejuicios: profesionales y familiares suelen comunicarse mal, por inseguridad de cada uno. El profesional teme perder autoridad, tiempo y energías, y tiende a dedicar poco tiempo (a veces ni eso) a escuchar y buscar junto a los familiares caminos de salud para los pacientes. Esto se intenta justificar en una supuesta defensa de la autonomía del paciente (bastante hipócrita, cuando luego se olvida esa autonomía para casi todo lo demás). Otra justificación frecuente es la de emitir (y hacerse) juicios apriorísticos sobre las intenciones de manipulación de los familiares, o sobre su querulancia (una más de esos feos palabros psiquiátricos que habría que abolir). Y siempre están las socorridas teorías sobre "familias que enferman al paciente" (ridículas por su falta de fundamento a pesar de la fe ciega con la que algunos las sostienen, si no fuese por lo dramático, autojustificador y a veces cruel de las consecuencias).

Los familiares reaccionan a lo anterior de modos diversos, casi todos proporcionalmente equivocados al error de base de no contar con ellos. Unos, por miedo a que su familiar "se ponga mal", adoptan la actitud de salvadores, tomando sobre sí la totalidad de la responsabilidad del paciente, como si fuesen sus ángeles custodios. Y se agotan (suelen acabar con algún ISRS). Otros, incapaces de encontrar un término medio entre la ayuda heroica y la atención al resto de afanes de su vida (su salud, su trabajo, su vida, sus otros familiares)y por miedo a su propia anulación vital, hacen un ejercicio de insensibilización, y se "desentienden". Unos pocos, llenos de energía, se pasan el tiempo batallando en los mostradores, poniendo reclamaciones o denuncias que no llegan a ninguna parte, y consiguiendo sin querer que ese sistema que contaba poco con ellas tenga ahora incluso razones para etiquetarla como "patológica".

Y sin embargo...



Vaya por delante que respeto y valoro todos los esfuerzos que miles de terapeutas, y millones de pacientes diagnosticados de trastorno de personalidad, realizan para encontrar maneras de aliviar el daño de un modo psicoterapéutico (valoro especialmente la experiencia de Marsha Linehan,  la paciente más grave durante dos años en el pabellón de psiquiatría Thomson 2, que se autoayudó, se hizo psicóloga, y creó la TCD). 

Por cierto. Hay algo admirable en todas las personas TLP que he conocido (muchas, créeme). Podrán cometer errores, pero jamás comulgaran con el cáncer de esta sociedad: la indiferencia. Son fieramente humanas. Ojalá quien tú conozcas domestique a su "fiera", y siga creciendo en su valiosa humanidad...

IV. Cuarto, el plan a medio plazo


Vale. Ya hemos visto que, en el fondo, una persona con TLP es alguien que, por circunstancias, busca más intensamente conservar algo tan humano como el amor o la justicia, y que no ha pagado el precio de la insensibilidad. Luego lo "patológico" no es el fondo, sino las formas. Y bajo esa apariencia de explosividad, manipulación y aparente erratismo, en el fondo lo que hay es alguien herido. Pero como uno no puede estar haciendo una terapia eterna de victimismo por no haber recibido suficiente amor, si no se lo han dado, pues busquemos modos de que lo reciba de diversas fuentes. Nunca es tarde para regar lo que no fue bien regado...

Por eso, creo que una buena terapia no es la que meramente señala el problema(quién no tiene sed de más amor, o sentimientos de rabia por la injusticia de no ser valorado), sino la que se centra en enseñar a amar y a ser amado de verdad, con obras, sin dramatismos, y nunca en soledad... Y si al principio no se dan las condiciones de seguridad para ello, pues ponerlas. La distancia, o el acercamiento en grupo, suelen ser los modos en que los animales mansos pueden relacionarse al principio con los depredadores, o los rabiosos...



Intuyo que muchas personas han encontrado fuera de la psiquiatría maneras de lograr lo anterior, en grupos de gente que compartía una misión atractiva, en profesiones que llenan de amor o validez a quien las desarrolla, en aficiones creativas, en creencias y valores especialmente firmes, en entornos especialmente nutrientes o seguros... Incluso, imagino, muchos habrán encontrado su lugar en el mundo, ese espacio vital en el que sus talentos daban más frutos, y sus fragilidades quedaban a cubierto (pienso en fóbicos sociales cuidadores de animales, en esquizoides científicos, en histriónicos actores, en narcisistas jefes, en paranoides vigilantes, en esquizotípicos o borderlines artistas, en obsesivos examinadores, en sociópatas soldados, en dependientes secretarios...)


Y quizá deberíamos dejar volar un poco más la imaginación, y pensar en las personas con trastorno de personalidad como cisnes entre patos, que más que aprender a hacer cua cua, lo que necesitarían es cambiar de bandada, y encontrar la suya propia...

V. La herramienta de comunicación: el reflejo empático

Una breve pincelada de algo que aprendí hace muchos años, y me ha servido muchas veces:

Cómo responder a la emoción del otro (útil para profesionales, familiares, y en general personas que se relacionen con personas).


Básicamente hay cuatro posibilidades:

1. quitar importancia (bromear, minimizar, "animar")
2. dar un consejo en forma de plan de actuación
3. hacer una interpretación profunda (de la escuela que sea)
4. acompañar en el sentimiento, con pocas palabras, como "vaya" o "ahá" o lo que de manera natural te surja. A eso le podíamos llamar "recoger" el sentimiento. Y en terminología académica se llama "reflejo empático". Incluso vale el silencio atento.


Pues bien. Recuerdo que nos pidieron en un Máster de psicoterapia hacer el ejercicio de que contásemos algo con emoción, y que cuatro compañeros nos contestasen según el modo 1,2,3 y 4. Cada uno de esos cuatro sentía que su contestación era correcta.

¿sabéis lo que sentía quien recibía las contestaciones?

1,2 y 3: cuerno quemado
4. Me entienden.


A veces olvidamos que, para casi cualquier "golpe" hay un contragolpe. Cuando alguien siente una emoción, si le damos tiempo, tras el primer impacto reaccionará. Y se dirá a sí mismo cosas del tipo 1, o 2, o 3.

No le intentemos acercar al "contragolpe". Ayudémosle sin más a encajar primero el "golpe".

1,2 y 3, sólo si nos lo pide.

¿Y cómo manejar la propia emoción, para recuperar esa calma que nos permitirá ser empáticos?

Pues a veces es duro. Pero se hace algo más llevadero si se hace en dos pasos (como el vaivén del caminar, o el ritmo de un latido, o de la respiración )...

El primero es... resoplar (desahogar, hablar, cantar canciones de rabia, llorar, suspirar, caminar, golpear algo no dañino, saltar, darse un baño... lo que tengas más experiencia de que te funciona). Algunos usan ese "contar hasta quinientos" que consiste en alejarse un poco y esperar a que el ritmo cardiaco se serene tras un sobresalto.

Y luego, ya con menos presión ... ofrecer nuestra escucha sin juzgar la emoción, "traduciendo" interiormente a lenguaje de sentimiento básico (ira, miedo, tristeza, repugnancia, sorpresa o alegría) la historia que escuchemos, para entender a quien nos la comparte.

VI.  Y sexto... algunos aspectos prácticos para quien ayude a la persona con TLP


1. Hagas lo que hagas, nunca decidas a solas. 

2. Sé flexible en lo negociable, que es casi todo, y emplea tono de voz suave y sencillo siempre. Negociar es buscar en común el sentido común (ése que a solas casi nunca encontramos).


3. Sé firme (es decir, inflexible , pero con tonos suaves) en lo importante: 

a) no se emplea violencia verbal o física NUNCA, ni se tolera. Si ocurre, o parece que va a ocurrir, aléjate y pide ayuda.
b) no se mezclan pastillas con alcohol o drogas NUNCA, 
b) no se abandona tratamiento o seguimiento si no es por acuerdo con un profesional NUNCA, 
b) y no se deja sin supervisión a alguien gravemente agitado (por ánimo exaltado o severamente desesperado) NUNCA. 

Para poder ser firme, tienes que ser fuerte. Y en general, el modo mas sencillo de lograrlo es estar acompañado de otras personas que te apoyen. 


4. Anticípate a lo previsible. Con serenidad, y en compañía de personas serenas (lo ideal, del propio paciente en momento sereno) diseña un plan eficaz y sencillo para los problemas previsibles (los cinco o seis más frecuentes) distinguiendo entre amarillos (atención, pero no urgencia, como puede ser la búsqueda de cita si aparecen signos de descompensación, o si se mantiene estado de pasividad prolongada) y rojos (urgencia, hay que actuar de inmediato)

Se puede hacer un plan de actuación en urgencias en caso de alguno de los supuestos del punto 3, que incluya teléfonos de familiares o recursos profesionales con los que contactar (incluyendo el 112). 

5. Hay unos básicos de cuidado que en la práctica son necesarios (comida, tabaco, cuidados de salud e higiene, algo de dinero, alojamiento...) y que sólo podrán ser retirados cuando existan alternativas residenciales reales para el paciente. Lo demás, los "privilegios", deben ser, más que "premios" (que es un concepto algo pueril), consecuencias del cumplimiento responsable de tareas de cuidado propio y doméstico de la persona con TLP (aunque vale para cualquier enfermedad mental grave). 

6. Busca apoyo en asociaciones, familia extensa, red social... para tu necesario descanso y apoyo emocional. Eres un bastón, no una silla de ruedas. Y el bastón ha de ser lo más liviano posible, firme y algo flexible. No dejes de lado el resto de afanes y apoyos de tu vida (tu propio cuidado físico, tu vida social, tu espacio en que recibir apoyo y escucha, tu trabajo, tus planes...). Para ello, aprende de la experiencia que en las asociaciones y los distintos recursos te puedan ofrecer. Y busca algún material bibliográfico (el que mencionaba al principio está bien) 








Fíjate que en todo este artículo no se mencionan cuatro tácticas que a veces se nos pueden ocurrir a personas bienintencionadas, pero que siempre son un error.

Violencia verbal o física: sólo la que usarías con un desconocido fuerte que te atacase: la mínima para repeler, ponerte a salvo y pedir ayuda. En general, la posibilidad de violencia en enfermedad mental grave bien atendida es escasa, pero si no hay supervisión, puede ser alta e inesperada.

Mentiras piadosas: Nunca mientas. Si no puedes contestar a algo, anuncia que no vas a contestar, o cambia de temaNo obstante, aunque lo contrario de mentira es verdad, decir "la verdad" no es soltar verdades en crudo o a destiempo, ni críticas destructivas, ni enmiendas a la totalidad, ni discursos estereotipados y vacíos ("no pones de tu parte", "no tienes conciencia de enfermedad", "sólo piensas en ti mismo"...). El arte de hablar con alguien con enfermedad mental grave se podría resumir en un criterio general de "habla suave, claro, y no hables de más si no te lo pide la persona".

Maniobras ocultas no urgentes: Nunca. Hay que hacer explícito, en momento de serenidad, y si procede por experiencias previas de "despiste", que habrá cuidado del buen seguimiento del tratamiento (citas, medicación, consumo de sustancias). La no aceptación por parte del paciente en momento de serenidad de esas normas básicas de cuidado pueden llevar a plantear que se interrumpa la convivencia.

Dramatismo expresivo: Nunca. Suficiente confusión crea la enfermedad mental, como para que añadamos estrés con apelaciones dramáticas (frases de tipo "me estás matando" "parece que no te importo" "ay, qué desgracia"... etc.), o tonos de voz elevados. La fórmula sería hablar con afecto, pero con sobriedad.


En fin. Me gustaría que quien tenga tiempo y ganas pudiese enriquecer o contrastar lo aquí apuntado con su propia experiencia. 

Gracias por adelantado, y espero que sepáis disculpar si he omitido algo importante.


viernes, 18 de noviembre de 2016

Latiguillos de psiquiatría 2: poner de su parte

Hace tiempo mencionaba, en la entrada de psiquiatría y traumatología, cómo al principio de un tratamiento solemos recomendar "reposo" y cuidados básicos, y sólo cuando el tratamiento va haciendo remitir el episodio, pedimos al paciente que se esfuerce "aunque duela" (salir, abordar un tema espinoso, retomar el trabajo, etc...)


Este planteamiento me lleva a mencionar otro de los "latiguillos de psiquiatría" (aunque es más del familiar del paciente). Me refiero a la expresión "poner de su parte" a menudo precedida de un "¿verdad, doctor, que X (y aquí señala con la cabeza a un/a cabizbajo/a señor/a X) tiene que...(poner de su parte)?


He escuchado muchas veces esa pregunta, y he intentado (no siempre conseguido, ya que es muy socorrida) no emplear la expresión de marras yo mismo para un paciente.

¿Qué es "poner de su parte"? ¿Animarse cuando se está deprimido? ¿No ser obsesivo cuando se tiene un TOC? ¿Confiar cuando se está paranoico? ¿Ser más prudente cuando se está maníaco? Si eso es "poner de su parte", no sé que pintamos los psiquiatras. Bastaría con poner ante el paciente a alguien con voz de Moisés abriendo el Mar Rojo, diciéndole "pon de tu parteeeee" (con reverberación) y ya está, paciente curado, que pase el siguiente.




No. Las cosas no son así de sencillas, aunque nuestra egocéntrica miopía empática a veces nos haga sentir que el deprimido, el paranoico, el obsesivo o el maníaco están así "porque no ponen de su parte".


Claro que la actitud del paciente influye en su pronóstico. Pero sobretodo esto es importante en los momentos de estabilidad. Pacientes tenaces, flexibles, responsables, resistentes a la frustración, autónomos pero cumplidores de las indicaciones razonables... tendrán buen pronóstico sea cual sea el diagnóstico. Ahora bien: no pidamos a alguien que nos dé lo que en un momento dado no tiene. Los depresivos graves no tienen esperanza ni iniciativa, los paranoides sintomáticos no tienen confianza ni autocrítica, los obsesivos sintomáticos no tienen flexibilidad ni resolutividad, y los maníacos no tienen autocontrol. En los momentos agudos (días, semanas) sintomáticos, lo que pueden hacer "de su parte" es dejarse ayudar si pueden, no resistirse con el empuje autodestructivo que da la enfermedad que en esos momentos secuestra su voluntad, y ya está. Y quienes estamos a su alrededor, debemos proveer esos "mínimos básicos" (tratamiento, seguridad física con control externo, cuidado somático de alimentación y otras enfermedades graves, movilidad básica para evitar males mayores).


Si quitamos el freno de mano que tenía echado el paciente, veremos que, casi sin esfuerzo, pasamos de ver un coche parado a ver un coche en marcha sin que tengamos que empujarle.


La única circunstancia en la que el paciente ha de aprender a "poner de su parte" es aquel estado crónico, tras razonables intentos de amortiguar impacto de los síntomas en la calidad de vida y la autonomía. Pero de eso hablo en otra entrada...

martes, 15 de noviembre de 2016

PUNTUALIDAD Y PROCRASTINACIÓN: SOBRE LA ORGANIZACIÓN DEL TIEMPO



Muchas veces nos han recordado la importancia de aprovechar bien el tiempo de vida, pues es un bien precioso, caro (querible) y escaso, como los buenos tesoros. Los antiguos nos lo decían (tempus fugit… carpe diem…memento mori…el tiempo es oro…), los profetas de diversas religiones lo predicaban (San Pablo decía a los efesios “por tanto tened cuidado cómo andáis, no como insensatos, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo…”, ) y los anuncios de la tele nos venden productos triviales envueltos en frases ciertas y sabias sobre el tiempo (just do it, life is what you make of it, etc…).

Tiempo y salud mental van muy unidos. En su momento publiqué aquí una entrada sobre las distintas maneras de vivir mentalmente el tiempo, y sus consecuencias. Pero hoy quiero centrarme en el contenido del tiempo, en lo que hacemos con él.

En esa novela clarividente llamada Momo (y que conservo como uno de mis primeros recuerdos de literatura de verdad cuando aún era un niño) ya se exponía la paradoja gris de cómo al atarnos a mil y un cachivaches y compromisos que supuestamente nos ahorrarían tiempo, en realidad nos estábamos hipotecando y lastrando, de manera que dejábamos de dedicar esa vida (y ese tiempo de vida) a las cosas verdaderamente importantes, es decir, nuestro cuidado y el de quienes nos rodean.

Así que... empecemos por las señales que nos dicen que no nos estamos organizando bien.

La primera es la procrastinación. Pero…¿qué es la procrastinación?
En una definición de lo visible, es la tendencia a postponer o retrasar el cumplimiento de obligaciones… Y sin embargo, en una definición algo más profunda, diríamos que es la resistencia que experimentamos a hacer un esfuerzo que supera el valor de lo que aparentemente nos ofrecerá a cambio. Así pues, no toda procrastinación es negativa. A veces, incluso es sana (hay quienes nunca procrastinan porque no saben disfrutar de la vida, o porque viven atemorizados por incumplir cualquier cosita, o porque obtienen un reconocimiento egocéntrico y enorme ante sus tareas…).  

La segunda es la impuntualidad (una forma específica de procrastinación). Y …¿Qué es la impuntualidad?
En una definición de lo visible, es la tendencia a retrasar el cumplimiento de la obligación de dejar algo para llegar a tiempo a una cita… Y sin embargo, en una definición algo más profunda, diríamos que es la resistencia que experimentamos a hacer un esfuerzo (por ejemplo, abandonar algo agradable que estábamos haciendo) que supera el valor de lo que perderemos si llegamos tarde. Así pues, no toda impuntualidad es negativa. A veces, incluso es sana (hay quienes nunca llegan tarde porque no saben disfrutar de lo que hacen, o porque viven atemorizados por el reproche en caso de llegar tarde, o porque obtienen un reconocimiento egocéntrico ante sí mismos al “cuadrar” exactamente sus horarios…).

Y la tercera es… el estrés. En una definición libre, diría que es el desgaste psíquico y físico derivado de un mantenimiento excesivo del nivel de esfuerzo (entendiendo que el esfuerzo en sí mismo no es patológico, si se alterna con el reposo). Así pues, sentirse estresado es la señal de que, o bien nos estamos cargando de excesivas tareas, o bien estamos intentando cumplirlas con un grado de rigor excesivo.

Y es que hay tareas francamente absurdas en este mundo, y nuestro inconsciente nos avisa…

Pero como no podemos cambiar el mundo de golpe, y lo cierto es que tenemos ya una serie de compromisos adquiridos, como los “impuestos” que pagamos, hoy quiero reflexionar sobre las buenas maneras de organizarse. ¿Y por qué? Pues porque no queremos, en general, dejar que se nos pase la vida procrastinando lo importante, ni cargando a quienes nos rodean con la tarea de esperarnos, ni sobrecargándonos de cosas que nos agobien, impidiéndonos llenarnos de lo más valioso.


Como principio general, antes de hacer un plan, hay que estar sereno, así que nunca organicemos sin haber desahogado primero  aquello que nos ahoga, o sin haber alimentado aquello que nos tiene hambrientos.

Desde la serenidad, pensemos que en el día a día tenemos tres tipos de asuntos importantes:

1.       Aquellos asuntos a los que nos hemos comprometido con otras personas (y en los cuales si fallamos nos fallaremos a nosotros y a otros),

2.       aquellos asuntos para los que necesitamos personas o cosas (y a las que aunque no nos comprometemos, no podemos decidir del todo libremente cuándo estarán disponibles)

3.       y aquellos asuntos para los que nos bastamos solos, y que por tanto siempre están a nuestra mano.

A ese primer grupo de asuntos le llamaré piedras (y pueden ser grandes o pequeñas según cómo sea de importante el asunto), al segundo grupo de asuntos le llamaré arena, y al tercer grupo de asuntos le llamaré agua. Y a continuación expondré un cuentecillo que habla de piedras, arena y agua.






Cierto día un motivador estaba dando una conferencia sobre gestión de tiempo a un grupo de profesionales. Para dejar en claro un punto utilizó un ejemplo que los profesionales jamás olvidaran.


De pie frente a un auditorio compuesto por gente muy exitosa dijo:

Quisiera hacerles una pequeña demostración...
De debajo de la mesa sacó un jarro de vidrio de boca ancha y lo puso sobre la mesa frente a él. Luego sacó una docena de piedras del tamaño de un puño y empezó a colocarlas una por una en el jarro.

Cuando el jarro estaba lleno hasta el tope y no podía colocar más piedras preguntó al auditorio: ¿Está lleno este jarro? Todos los asistentes dijeron ¡Sí!
Entonces dijo: ¿Están seguros? Y sacó de debajo de la mesa un cubo con piedras pequeñas de construcción. Echó un poco de las piedras en el jarro y lo movió haciendo que las piedras pequeñas se acomoden en el espacio vacío entre las grandes.
Cuando hubo hecho esto preguntó una vez más: ¿Está lleno este jarro?
Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo en voz alta: “Probablemente no”.
Muy bien contestó el expositor. Sacó de debajo de la mesa un cubo lleno de arena y empezó a echarlo en el jarro. La arena se acomodó en el espacio entre las piedras grandes y las pequeñas.
Una vez más pregunto al grupo: ¿Está lleno este jarro?
Esta vez varias personas respondieron a coro: ¡No!
Una vez más el expositor dijo: ¡Muy bien! luego sacó una jarra llena de agua y echó agua al jarro con piedras hasta que estuvo lleno hasta el borde mismo. Cuando terminó, miro al auditorio y preguntó: ¿Cual creen que es la enseñanza de esta pequeña demostración?
Uno de los espectadores levantó la mano y dijo: La enseñanza es que no importa como de lleno esté tu horario, si de verdad lo intentas, siempre podrás incluir más cosas.
¡No! replicó el expositor, esa no es la enseñanza.
La enseñanza es que si no pones las piedras grandes primero, no podrás ponerlas en ningún otro momento.

Así pues, y como dice el refrán, al organizarse… primero la obligación, y después la devoción.

Y si queremos llevar una vida ligeros de equipaje (podemos imaginar que el “tarro” del cuento es una “mochila” de actividades que tenemos que llenar… ) llevemos pocas piedras. Y recordemos que, si no llenamos nosotros la mochila con lo que elijamos... otros nos la llenarán con lo que les convenga.


Y ahora, vamos a lo concreto
¿Cómo sacar más rendimiento al tiempo, y cómo organizarse mejor?

Bueno. Aquí pongo una sugerencia.

Material: un corcho para poner los horarios semanales o compromisos del mes, una agenda para las obligaciones personales, y un reloj.

Método:
De manera similar a los criterios para elegir casa (situación, situación, situación), o a la hora de llenar bien una mochila, lo mejor de nuestros esfuerzos y reflexiones ha de ir a… elegir tareas vitales (aquellas que hacen rendir nuestros talentos, y que nos hacen disfrutar de buenas compañías). El tema es tan importante que les dedicaré una entrada (en prosa, ya que en verso lo hice aquí y aquí).

Cada mes, apuntar las “piedras” en el corcho.  De modo general, merece la pena cuidar de no poner muchas tareas de ese tipo, y valorar bien que las que pongamos sean realmente necesarias o valiosas. A diario, llevar la agenda para apuntar las tareas/citas personales no repetitivas.

Antes de hacer una tarea incómoda, desahogar y llenar (ir al baño, descansar un rato, comer algo ligero si tenemos hambre, oir algo de música, disipar la imaginación, soltar tensión...). Y luego, ponerse a ello con intensidad, con la misma rapidez con la que caminaríamos por un lugar maloliente... Y cuando parezca que las “tareas” son cansadas… resoplar, pues sí lo son, y luego pensar que… más duro aún es no poder hacerlas (los millones de personas cuyo día a día se va en sobrevivir…) o decidir no hacerlas (los que esperan que el mundo se lo dé todo hecho, y se sienten vacíos…)

Y cuando ya hemos cumplido las  tareas de cada momento (profesionales, de ocio y domésticas), tener prevista una actividad agradable (de “arena”, como un programa de TV concreto que nos guste, una actividad “de apuntarse”, una conversación o una cita con alguien querido…), o improvisar una de “agua”, como pasear, ver algo de internet, meditar, oir música, darse un baño…

De manera espontánea, a medida que nos organicemos mejor, irán menguando las “señales” que mencionábamos al principio (la procrastinación, la impuntualidad y el estrés). Pero como a veces se crean malos hábitos, aquí van tres remedios para los “restos” que queden…

Para la procrastinación: revisar si aquello que retrasamos era realmente necesario, y si no, no hacerlo, y si sí, entonces ponerse cuanto antes.

Para la impuntualidad: como la mejor manera de predecir el futuro es el pasado, y el impuntual suele calcular con “optimismo”, restar a la hora “idealmente” calculada de salida el tiempo que “realmente” solemos retrasarnos en otras ocasiones. Funciona.

martes, 8 de noviembre de 2016

Entendiendo lo que valoramos: La Soledad




Hummm. La soledad. A veces, es necesaria, como un modo de descansar de ese incesante gasto de energía que es la compañía cuando nos exige un esfuerzo (cuidarla, soportarla) .. A veces basta con un instante, como un respiro para tomar el aire que gastamos en palabras que cuidan, o para expulsar el que retenemos por no soltar palabras que hieran. ..

E incluso a veces hace falta prolongar esa soledad, como cuando casi todas las compañías son cargantes, y uno prefiere estar sólo que mal acompañado. ..

Pero hablemos claro. Algo malo sólo es aceptable para evitar algo peor. La soledad sólo es válida cuando la compañía es ese infierno que era para Sartre... Si no, es una pobreza. No es bueno vivir sólo. A solas, sentimos sed de miradas que nos quieran y nos reconozcan. Echamos en falta compañeros de batallas. Somos más fácilmente engañables por otros (o por nosotros mismos ). Y nos falta algo del sentido de la vida: amar y ser amados.

Así pues, pensemos en el debate entre soledad versus compañía como una cuestión de escalones: Primero, alejarnos de las malas compañías. Luego, cuidarnos en soledad (o buscando cuidadores válidos). Ojo. Cuidarse es hacer lo básico y sencillo, no obsesionarse ni empacharse de trocitos parciales de cuidados. Luego, compartir con buenos compañeros de salud. Luego, quiza, desde nuestra salud recuperada, encontrar a alguien valioso que valore como único nuestro valor, y enamorarnos, y quizá formar una pareja que camine en sintonía para con-vivir. Y por último, buscar también, desde nuestra salud ya bien sólida, echar una mano en equipos que cuidan a quien aún lo necesita (formar una familia que cuide a sus pequeños, o unirse a una organización de defensa de seres más débiles).

Y cómo se van subiendo esos escalones? Pues poco a poco. A veces queremos subirlos de golpe, y buscamos fuentes fugaces del afecto de pareja cuando aún no nos hemos cuidado bien... Y claro, lo fugaz dura poco, o era falso, o era dañino, o lo agarramos con fuerza excesiva por el miedo al vacío que nos dejaría perderlo... No. Subir los escalones a lo loco no es aconsejable.

Yo creo que es mejor hacer como uno de los protagonistas de la Historia Interminable, Atreyu, cuando tuvo que cruzar la tercera puerta. Resulta que ésta se mantenía firmemente cerrada cada vez que intentaba abrirla. Así que, tras varios esfuerzos vanos... dejó de preocuparse de ella, se ocupó de otras cosas (buenas, como contemplar las maravillas que le rodeaban) y en un momento dado, y sin buscarlo, su mano se apoyó sobre el picaporte y... milagro, la puerta se abrió.

Lo dice la sabiduría popular. El amor llega, no se busca. Se puede buscar, claro, seduciendo, y probablemente cacemos algo si ofrecemos un buen señuelo, pero... es eso lo que queremos? Alguien que quiera la imitación disfrazada de nosotros? Lo dudo.

Queremos alguien enamorado de la mejor versión de nosotros (la que tenemos cuando nos cuidamos), y que, porque nos quiere, nos cuidará (sin descuidarse) cuando la situación lo requiera.

Suerte. Todos somos amables, si queremos...