lunes, 3 de octubre de 2016

Entendiendo la paranoia


Hummmm. La paranoia. Fácil de diagnosticar, difícil de aceptar, y complicada de tratar. Es la verdadera jaqueca para psiquiatras, pacientes y entorno. Voy a tratar de reunir en esta entrada algunas explicaciones que ya dejé apuntadas en otras anteriores, sobre la verdad, los delirios, la locura y la esquizofrenia...


La realidad es muy compleja. Tanto, que para ordenarla con un cierto sentido, la transformamos en una historia. Y no hay dos historias iguales cuando dos personas ven la misma realidad… El ejemplo típico es un partido de fútbol: si leemos la crónica del equipo que ganó, dirá cosas como “victoria merecida del Atlético de Nosédonde” y escribirá en lenguaje alegre. Y si miramos el mismo partido contado por el periódico del perdedor, leeremos cosas como “El Fútbol Club Nosécuantos vuelve a tropezar, a pesar de su buen juego”.


Así pues, si queremos comprender lo que nos jugamos en esas historias, quizá empecemos por entender qué es la verdad…

La verdad es una noción que se inventó porque era útil. La pregunta es ¿en qué pensaba quien la usó por primera vez? Me imagino a uno de nuestros ancestros, tratando de encontrar la palabra para definir... ¿qué?. Pues quizá, como era gente práctica, quiso llamar verdad a aquella expresión que lograba llegar a otro, comunicándole una realidad de un modo que el otro pudiese utilizar como experiencia, pero sin darle a ese otro la realidad misma.

Una verdad es un reflejo comunicable y eficaz de la realidad.

Pero percibir más o menos también depende de cómo seamos, estemos y actuemos. Tenemos que ser sensibles. Y tenemos que tener nuestra mente en calma (bellezas del lenguaje, quizá calma sea el apócope de co-alma, estado del alma en resonancia con el ser real de las cosas). A veces no lo hacemos, y nos parece que no hay bondad, verdad o belleza en nosotros, o en los demás. Pero si estamos serenos, estamos a un solo paso de notarla.

En todo caso, y siguiendo con nuestro pragmático inventor de la palabra verdad, probablemente quiso enfatizar que algo era verdad para señalar sin lugar a dudas que algo no era falso.

¿Y cuáles son esos vecinos falsos de la verdad? Pues aquí dejo una serie de ellos, a menudo manejados (o manoseados, con la lógica repulsa de quien lo siente en su intimidad) en entrevistas, informes y actos psiquiátricos varios.

La mentira: la respuesta deliberadamente falsa a una pregunta


El error: la respuesta involuntariamente falsa a una pregunta


El delirio: la respuesta necesaria, pero falsa, a ¿por qué siento esto?


La exageración: la respuesta deliberadamente falsa (por exceso) a ¿cómo es esto de importante?

El frenesí: la respuesta emocionalmente falsa (por exceso) a ¿cómo es esto de importante?

La ocultación: la respuesta deliberadamente falsa (por defecto) a ¿cómo es esto de importante?

La minimización: la respuesta emocionalmente falsa (por defecto) a ¿cómo es esto de importante?

La negación: la respuesta automáticamente falsa a preguntas que merecen un sí

El engaño: la respuesta maliciosamente falsa sin que nadie haya hecho una pregunta

La fantasía: la respuesta gustosamente falsa a la pregunta ¿qué quiero?


y uno de los peores vecinos, porque a veces nos confunde...


La Verdad con mayúsculas pomposas, y vivida en solitario creyendo que la poseemos de modo absoluto…

Dicho lo anterior, la paranoia es un tipo de delirio (o sea, que es un punto de vista sincero, pero no compartible con los demás) en el que, típicamente, uno narra, con elevada emoción, los hechos de los que ha sido testigo o protagonista, pero con algunas particularidades:
La primera es que dicha narración produce mucho malestar.
La segunda es que no suele producir solución eficaz a los problemas.
Y la tercera es que nadie o casi nadie más cree que sea verdad… Realmente es un problema.


He visto cientos de casos en que un paciente se enfadaba al ver que su "verdad" no era creída, y el familiar se desesperaba al ver que el paciente sí creía su "locura". Y tras quince años de ejercicio profesional, voy llegando a la conclusión de que, cuando dos personas de buen corazón discrepan apasionadamente sobre algo, es que ambas "verdades" contienen un trozo importante de "verdad". 

Quizá lo patológico no sea, por tanto, decir tal o cual cosa, sino dejar que ese trozo de verdad que se defiende crezca desmesuradamente, ocupando más espacio en el ánimo, la conducta y el pensamiento del que merece, y aislando a la persona.



Pues bien, el llamado delirio paranoide (me persiguen, me perjudican, etc…) puede ser manifestación de fenómenos bien diversos, y produce un elevado estado de defensa y alerta, coherente con lo percibido. Pero agotador. Y desmesurado, como los precios de algunos seguros...


Ocurre que, una vez sentida con intensidad dicha "paranoia", secundariamente, hay una reactivación inespecífica mesolímbica (mediada por dopamina) que induce ese estado inespecífico autorreferencial y angustioso. Digo inespecífico porque ese tercer cerebro mesolímbico se puede poner en "modo paranoide" por multitud de circunstancias: agonistas catecolaminérgicos como la cocaína, situaciones vitales persecutorias, episodios anímicos de hiper o hipotimia... y, sí, también como respuesta a la perplejidad de sentir "dos mentes" en nuestra mente. 


Esa activación mesolímbica induce indirectamente una actividad imaginativa de la corteza no dominante, dando una especie de "pesadillas lúcidas" de tipo delirante alucinatorio (el sujeto produce palabras mentales amenazantes u ominosas, dota de significados amenazantes cualquier ligera variación de estímulos olfativos, propioceptivos, auditivos o visuales...), y se crea un círculo vicioso, ya que las "historias" que su cerebro imaginativo le va narrando como reales, activan aún más su cerebro mesolímbico... 



¿Qué hacer para aliviar esa “hiperalerta?
 
Pues si te ha pasado a ti, cuidarte para que no te vuelva a pasar (habla con tu psiquiatra). Y si le ha pasado o le pasa a alguien cercano, habrá que actuar cuando:



a) como emoción, tenga tanta fuerza que produzca una conducta no deseada por la persona en condiciones de serenidad (es decir, cuando quita libertad). En los casos descritos, casi siempre, aunque a veces hay delirios crónicos que terminan por "encapsularse" y ya no comprometen la libertad. 


b) o cuando  su intensidad o su frecuencia causan un malestar notable en la persona (es decir, cuando "duele"). En los casos descritos, es variable: en la depresión, "duele" casi siempre, en la esquizofrenia, sólo a veces hay angustia, y en la 
manía delirante no "duele" casi nunca (de hecho, subjetivamente puede ser agradable, pero agotador y peligroso en la conducta).

Por tanto, no es loco quien piensa tal o cual cosa, sino quien comete la locura de no amar, o de amarse demasiado (egolatrándose), o de amarse destruyendo a otros, o consumiendo sustancias tóxicas, o deseando la muerte, o creyéndose en posesión solitaria de La Verdad... Y si en algún momento sentimos deseo de hacer ese tipo de locuras, entonces no tenemos que intentar debatir su fundamento teórico: debemos pedir ayuda (compañía eficaz que cuide), para recuperar la paz de espíritu que nos permita pensar en libertad, sin que ningún pensamiento, por poco convencional que sea, nos lleve a hacer locuras...

¿Y cómo actuar?
Pues empezar por identificar factores que lo producen, y retirarlos (ejemplo: la cocaína, el exceso de cafeína, la depresión, la fase maniaca de un trastorno bipolar, la esquizofrenia, el estrés ambiental…)








Si a pesar de tratar lo anterior, uno sigue sintiendo esa desconfianza hacia casi todo, suele ser útil la toma de algún neuroléptico a dosis bajas. Además, se pueden usar remedios para reducir la ansiedad (paseos, música, conversación, ejercicio físico, ansiolíticos…)





Y lo más importante. Ocupar la mente con todas aquellas cosas, que también forman parte de la realidad, y que son necesarias o agradables (o ambas): tareas, actividades de ocio, buena compañía, proyectos ilusionantes…




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