miércoles, 3 de enero de 2018

Los jardines: cultivando la propia vida









Quien haya leído algunas entradas de este blog, ya sabrá que soy un firme partidario de ese término medio sintético, aristotélico, que proponía Hegel como armonía entre las tesis y las antítesis, y que no es la medianía ni la tibieza.

Pues bien: frente al caos y la hostilidad de la naturaleza salvaje y el orden frío y artificial de las construcciones humanas, el ser humano encontró ya hace tiempo un espacio de armonía: el jardín. No solo en un sentido literal (con el desvelo con el que imperios como el chino o como el británico cuidaban sus puntillosos jardines) sino como espacio metafórico en el que se disfruta de la naturaleza, ordenada según ese otro fruto de la Naturaleza que es el intelecto y el corazón humanos, y siguiendo siempre las normas de la Naturaleza.

Por eso, hoy quiero aprovechar la poderosa imagen del jardín para hablar de una situación que se nos presenta con cotidiana frecuencia: la necesidad de elegir continuamente qué parte de nuestra vida atendemos y qué otras partes, pese a ser valiosas, dejamos en un segundo lugar.

Esta metáfora del jardín, que ya utilicé para acercarme al tema de la educación de los niños o al tema del cuidado de los ancianos, la quiero emplear hoy a propósito de la hermosa tarea de cultivar nuestra vida.

Y como en los exámenes difíciles a mí me resultaba útil echar mano de algunas reglas mnemotécnicas (o de algunas chuletas) que de modo esquemático me evocasen respuestas más complejas, hoy voy a plantear nuestra vida (la de cada uno de nosotros) como la tarea del cuidado en un jardín que tiene doce parcelas, agrupadas en cuatro grandes áreas.

La primera sería el cuidado de nuestro ser corporal (mens sana in corpore sano, recuerda)

1. Nuestros cuidados físicos (nutriéndonos bien de líquidos y de alimento, y procurando mantener una buena temperatura)

2. Nuestra salud e higiene (limpiando aquello que nos ensucia, expulsando aquello que nos sobra, desahogando aquello que nos ha crispado o reparando aquello que se nos ha dañado)

3. Nuestro deseo corporal de gozo, ejercitando nuestro cuerpo, recuperando energía con el descanso , y aprovechando el gusto natural de aliviar las dos necesidades antes citadas cuando es oportuno (cuando lo pide el cuerpo, no el alma hambrienta o cargada de otras cosas)

Una segunda área sería el cuidado de nuestro ser mental
4. El consumo o cultivo de buenos "alimentos para la mente", como la buena compañía de quienes nos quieren, la cultura, el arte, y las historias que nos dan esa experiencia teórica y práctica, y esa esperanza, que compartimos los seres humanos.

5. Nuestros espacios de desahogo y alivio de las inevitables tensiones del día a día, y de las eventuales crisis vitales. Para ello conviene el desarrollo de actividades que nos permitan recrearnos (sentir gozo mental) y ejercitar de un modo divertido los talentos de cada uno y las virtudes que nos hagan más natural obrar habitualmente bien (lo cual previene muchas tensiones, aunque no todas).

6. La búsqueda o construcción de valores, especialmente los que más sentido den a nuestra vida.

Una tercera área sería el cuidado de nuestras personas próximas, "nuestra gente"
7. Nuestra familia de origen, y la creada (incluyendo los animales domésticos) física o espiritualmente (esas "familias" virtuales que son las fraternidades, las hermandades, y cualquier forma de comunidad con espíritu familiar aunque no tengan lazos de sangre).


8. Nuestros amigos, y todas aquellas personas con las que compartimos camino por semejanza en alguna de nuestras facetas (como pueden ser los gustos, los talentos o las tareas).

9. Nuestro espacio (habitación, tareas comunes del hogar).

Y en cuarto lugar, el área del cuidado social menos próximo (pero también nuestro)



10. Nuestro trabajo específico en la comunidad (la profesión de cada uno, remunerada o no). Hay una serie de situaciones especiales en las que, sin cambiar esta parcela, quizá hay que redefinirla o especificar qué significa en esos casos. Ya les dediqué una entrada a cada una, pero las enumero aquí: los niños (cuyo trabajo será... aprender, dejarse cuidar, ejercitarse poco a poco en el cuidado y... aportar su mirada limpia al mundo), los ancianos (cuyo trabajo será... enseñar, dejarse cuidar en lo que no puedan, dar algo de cuidado según sus fuerzas y... aportar su memoria al mundo), los enfermos crónicos (cuyo trabajo será... aprender a cuidarse, dejarse cuidar, ejercitarse en el cuidado a otros más frágiles y... aportar sentido al mundo), y los que no encuentran trabajo sostenible (cuyo trabajo será... aprender nuevas destrezas que busque el mercado, dejarse cuidar gratuitamente a pesar del orgullo herido, devolver ese cuidado en actividades de voluntariado y... aportar su mirada inconformista y buscadora al mundo).


11. Nuestras tareas para la sociedad (nuestra participación en la vida política, cultural, artística, etc...)

12. Nuestro cuidado del espacio común (el mundo, la naturaleza...)





Ya... dirá alguno. Todo eso está muy bien, pero...¿cómo lo llevamos a la práctica, en un momento histórico en el que muchas de esas parcelas están muy dispersas entre sí, no dejándonos llegar a todo?


Hummm. Buena pregunta. El hecho de que nos la hagamos supone que no nos conformamos, y eso está bien.


Muchas veces nos han recordado la importancia de aprovechar bien el tiempo de vida, pues es un bien precioso, caro (querible) y escaso, como los buenos tesoros.

Pues si le preguntamos a un buen jardinero cómo sabe qué regar, diría que “a ojo”, es decir, mediante el cálculo no numérico sino intuitivo de cuánta agua (tiempo y energía) disponemos, y de cuántas necesita cada planta…En general, cuando escuchamos bien a nuestro cuerpo (con sus sensaciones) y a nuestra alma (con sus emociones), ambas nos van marcando los ritmos para poder ir cuidando de un modo llevadero y sostenible las distintas "parcelas". Y nos advierten de cuando nos están metiendo en algún "huerto" (tarea poco valiosa para nosotros) o nos estamos metiendo en algún "jardín" (tarea excesivamente costosa para el valor que ofrece).
 
Efectivamente, para todo lo anterior, uno tiene que organizarse primero a si mismo...  Por eso, quiero señalar algunos trucos prácticos que valen para todo:
 

1. El primero es que nuestro tiempo ha de tratar de cubrir al menos las doce parcelas en el nivel básico (por decirlo así, para sacar un aprobado). Eso implica saber pasar a otra cosa incluso cuando alguna de esas parcelas veamos que podría ser más regada, pero tenemos otras sin regar. El criterio para que el reparto sea proporcional y sostenible no ha de ser simplemente el gusto que nos dé cultivar una parcela concreta, o la reflexión genérica de que dicha parcela es importante, ya que tenemos que operar desde el principio de realidad, y a veces es mejor regar a medias doce parcelas, que inundar de agua una sola parcela y dejar que se agosten las otras once. Además, hay parcelas en que a partir de una cierta cantidad de esfuerzo el incremento de valor que se vaya a obtener incrementando aún más el esfuerzo no merece la pena de descuidar la supervivencia de otras parcelas (por ejemplo, las buenas amistades, o la familia de origen, no necesitan de recordatorios continuos, pues ya están en nuestro corazón, y viceversa, y por eso sólo hay que cuidarlas cuando lo demás ya está razonablemente bien cuidado, o en las celebraciones especiales) e incluso a veces puede ser contraproducente (por ejemplo la salud no mejora por hacerse mil chequeos, ni el cuerpo por comer o dormir sin medida).


2. El segundo es que hay que aprovechar especialmente lo que uno tiene a bajo coste (por ejemplo, lo que tenemos a nuestro alrededor, o lo que se nos da especialmente bien). En el anexo del final me extenderé algo más sobre esto...

3. Lo tercero es que hay que intentar no restar, no quitar agua de ninguna de esas parcelas. Diríamos que, por ejemplo, un buen (y de escaso coste) modo de cuidar es empezar por no descuidar (así que no te llenes de basura: evita la comida-basura, evita la tele-basura, evita los tóxicos, evita pasar más tiempo del necesario con quien tenga actitudes dañinas, y evita dañar.) 

4. El cuarto es que, bien acompañado, las tareas de "regadío" se hacen más sencillas. Ojo, que si la compañía es dañina, entonces se está mejor solo. E incluso en la mejor compañía, de vez en cuando hay que hacer una pausa para reconectar con uno mismo...

5. El quinto es que hay que intentar que las actividades concretas sirvan para cultivar más de una parcela (por ejemplo, si quedamos con amigos para ir a comer al campo y charlar "de la vida" estaremos cuidando varias de esas parcelas a la vez, o si vemos una serie con nuestra pareja, o si aprovechamos el camino al trabajo para relajarnos con música, etc…).
Pero si alguna vez hacemos algo que requiere especial cuidado o nos da especial valor, entonces hay que hacer lo que decían las abuelas "estate a lo que estás", o lo que dice el saber popular, "estar en cuerpo y alma". Por poner algunos ejemplos: al compartir una buena historia, al disfrutar de una buena obra de arte (culinario, pictórico, musical), al compartir intimidad con quien amamos, o al contemplar en silencio alguna muestra de la grandeza de este mundo (un paisaje, un cielo nocturno...). De todos modos, intuyo que, sin necesidad de este consejo, muchos ya lo hacemos, y en esos casos nos quedamos sin palabras, y detenemos el tiempo...
 
6. El sexto es que hay que procurar que mientras una parte de nosotros se nutre la otra descanse y mientras una se ejercite la otra se desahogue, e ir alternando. Por ejemplo: al hacer tareas de casa sencillas, nuestro cuerpo se cansa, pero nuestra mente descansa. Y al leer un libro o ver una buena película, viceversa. Al hablar con alguien mientras comemos nuestro cuerpo se nutre y nuestra mente se desahoga. Y al pasear por el campo, o escuchando buena música, viceversa.

7. El séptimo es que tenemos que prestar atención al valor real de cada actividad, sabiendo que algunas no valen la pena, o nos privan de mejores valores que estarían a nuestro alcance (como los niños que por llenarse de chucherías luego no cenan...), otras son valiosas pero el precio (bien que damos a cambio, propio o ajeno) o coste (daño que aguantamos o producimos) son excesivos. Pero otras son tan valiosas que hay que hacerlas a cualquier precio (propio) o sea cual sea su coste (propio). 
 
 
Valorar bien es una labor de años. Supone haber aprendido a dar valor a lo bueno (por eso es tan importante la educación en "valores") y evitar adorar lo "de moda". Supone tener "buen juicio", cuidándolo de arranques emotivos o de sustancias que lo nublan (ahí viene bien la educación emocional). Supone ser sensible y apreciar el valor de lo que perderemos o haremos perder (los precios, y por eso viene bien haberse educado en el aprecio de lo bello pero frágil, para no "pagarlo alegremente", como la salud, la verdad, la naturaleza, la paz...), y supone calibrar bien los costes, sin asustarnos automáticamente con ellos (ahí, una vez más, la importancia de la educación, en este caso en reciedumbre).
 
Pero si, como todos, tu educación no ha sido perfecta, no te preocupes. Hay dos modos rápidos y efectivos si quieres saber qué es valioso de verdad: imaginar qué vas a querer haber tenido o hecho al final de tu vida (el famoso cuento de Dickens, o la costumbre eclesiástica de considerar una vez al año que algún día moriremos, o esa enfermera que lo preguntó a los pacientes moribundos a los que atendía, y le salía esto...) o imaginar cuánto pagarías por recuperar lo que ahora tienes si lo perdieses (la libertad, la vista, el movimiento, la salud de los tuyos, la bella diversidad de la naturaleza a nuestro alrededor...) o simplemente ver qué pagan otros para recuperarlo.
 
 
 

8. El octavo es que hay que definir nuestras actividades en serenidad, para no dejarnos llevar por excesos de entusiasmo (que hacen que sobrevaloremos la actividad o infravaloremos el coste) o por emociones negativas muy intensas (que hacen que infravaloremos la parcela o sobrevaloremos el coste). Ojo. La serenidad será puesta a prueba innumerables veces al día, ya que este mundo estresa a cualquiera, y a los comerciantes les va mejor cuando sobrevaloramos sus espejuelos e infravaloramos nuestros "tesoros" (nuestro tiempo de calidad, nuestra salud, nuestra gente...)

 
Silvio Rodríguez, ese cantautor cubano tan preclaro, lo resume en una frase: "no sabes cuánto de subversivo vive en una sonrisa que no quiere comprar". Y efectivamente, sería revolucionario (y nos haría vivir con mayores valores a menores precios/costes propios y ajenos) procurar vivir más sencillamente sonrientes (con espacio para otras emociones cuando toque, claro está). Cuando uno está bien lleno de cosas buenas, valiosas, sencillas, es difícil que acepte lo poco valioso o lo dañino...

 

 

9. Noveno es que hay que mantener algunas actividades con horario fijo, y otras más de tipo oportunista, como esos tentempiés que llevamos al campo. Desde la serenidad, pensemos que en el día a día tenemos tres tipos de asuntos importantes:


a) Aquellos asuntos inaplazables, o a los que nos hemos comprometido con otras personas (y en los cuales si fallamos nos fallaremos a nosotros y a otros)

b) Aquellos asuntos para los que necesitamos personas o cosas (y a las que aunque no nos comprometemos, no podemos decidir del todo libremente cuándo estarán disponibles)

y c) aquellos asuntos para los que nos bastamos solos, y que por tanto siempre están a nuestra mano (por ejemplo leer, pasear, cuidar nuestra higiene o nuestro diálogo interior...).
 
A ese primer grupo de asuntos le llamaré piedras, al segundo grupo de asuntos le llamaré piedras pequeñas, y al tercer grupo de asuntos le llamaré arena. Pues bien. Si queremos que "quepa todo", primero ponemos (planificamos) las piedras grandes, luego las pequeñas, y luego la arena en los "ratos libres".

 

10. Y el décimo es que hay que estar abierto a incorporar mejoras en nuestro plan de vida, ya que aunque procuremos estar satisfechos hemos de evitar ponernos el techo del conformismo. La vida es como un viaje en carretera. Si uno ve un carril mejor, marca intermitente, y cuando sea oportuno, cambia de carril.

 
 
APÉNDICES

A modo de ejemplo de todo lo anterior, dejo aquí tres apéndices, en forma de enlaces.

1. La hoja de actividades que teníamos en la planta (que, como verás, se parece un poco a ese horario variado pero sobrio de las antiguas reglas monásticas...).

2. Una sugerencia de plan para quienes, por enfermedad, pasen mucho tiempo en su casa "lejos del mundo".

3. Y una lista de buenos alimentos culturales para el alma, a propósito de la reciente entrada sobre las historias.


 







 

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