viernes, 3 de febrero de 2017

Los miedos






Existe un mecanismo en los seres vivos (que se ve muy claramente en los niños, pero también se da en los adultos, e incluso en las culturas) que consiste en que, cuando a través de un camino concreto se llega a un fin deseable, se adopta hacia ese camino concreto una querencia de una intensidad desproporcionada al camino pero proporcional a aquello que se obtiene a través de él.

Por ejemplo: cuando un niño descubre el asombro y el gozo que se siente al escuchar un cuento, pide como un adicto que se repita dicho cuento una y otra vez, porque todavía no ha experimentado la vivencia de que se puede llegar a experiencias similares de gozo, asombro e interés a través de otros cuentos. 

De la misma manera, cuando a través de un camino se llega a un efecto claramente indeseable, a menudo se produce una fijación psíquica de manera que aprendemos a sentir aversión desproporcionada a dicho camino, cuando en realidad a lo que tendríamos que tener aversión es al resultado.

Ese es el mecanismo por el que se desarrollan filias y fobias. 

Por eso, si queremos entender el miedo, recordemos de qué nos informa: de que nuestras necesidades básicas, nuestra seguridad, nuestras fuentes de afecto o nuestro reconocimiento están amenazados.

Las necesidades básicas serían todo aquello que hace que su cuerpo esté sano, nutrido, descansado y capaz de actuar. Lo ideal aquí es el término medio (ni hambre ni hartazgo, ni frío ni calor, ni agotamiento ni molicie...).

La seguridad sería todo aquello que ofrece perspectivas presentes y futuras de que las necesidades básicas seguirán pudiendo ser satisfechas (y aquí también en el medio está la virtud, entre el exceso de prudencia cobarde/inseguro, y el defecto de prudencia del temerario o del inconsciente). Son universales los miedos a aquello que compromete nuestra seguridad (la oscuridad, los ruidos fuertes, las imágenes de seres agresivos...)

El afecto sería todo aquello que nos hace sentir agrado (serían como las caricias para el alma, manifestadas a través de palabras, miradas, sensaciones físicas placenteras, compañía, cuidados...).

La validez sería todo aquello que nos hace sentir valiosos (serían como los aplausos para el alma al contemplar otros nuestros talentos, o nuestras acciones).

Pues bien. La dificultad para discernir medios de fines, es decir caminos de metas, explica una gran cantidad de filias y fobias culturales y religiosas a lo largo de los siglos.

Pondré varios ejemplos:

Los antiguos experimentaron el horror de ver amenazadas sus necesidades básicas o su seguridad de muy diversas formas, como por ejemplo las deformidades que surgían como fruto de la consanguinidad, o la misteriosa enfermedad que asolaba a los que comieron cerdo en determinada época histórica en Oriente Medio, o la hambruna a la que se condenaba a la tribu cuando con visión cortoplacista se mataba a una vaca, y sí, se disfrutaba de carne durante unos días, pero se perdía la oportunidad de disfrutar de leche durante años y de tener terneros cada pocos meses... y así se entienden algunas fobias hechas tabú.

Del mismo modo, el temor a las consecuencias a las que alguna vez se llegó por ridiculizar o menospreciar al líder, llevó a muchas tribus tratar con miedo cerval cualquier atisbo de menosprecio a su líder. Esto tiene su lógica, ya que cuando se ridiculiza a aquel cuya obediencia va a permitir se salvan vidas, toda la tribu pierde, pues el mandato del veterano pierde autoridad. Sin embargo, lo cierto es que cuando la autoridad de un líder es genuina, este líder se puede permitir el lujo de ser sencillo, cercano, familiar, incluso motivo de risa genuina con los más pequeños de la tribu... Y a los niños les causan risa los tabúes...


Más recientemente, también en estos tiempos hemos exagerado individualmente las filias o fobias, de modo que hay quien  siente aprensión ante lo rechazable con razón, y que al sentir fugazmente la repulsa de creer que eso se encuentra en un cosa (realmente no merecedora de tanto rechazo), aprende a evitarla en exceso... Y así se desarrollan las neurosis fóbicas, con su ristra de nombres ridículamente prolija...




Y hay quien llega a configurar su personalidad de un modo desmesurado, como el dependiente, que se siente falto de amor  y sólo sabe buscarlo en una cosa  (y en cuanto encuentra una fuente "segura" de amor, dado por una persona, cosa o sustancia, se aferra a ella con fuerza, temiendo perderla). O el borderline, con el miedo compulsivo al abandono de los TLP (lo que se manifiesta en relaciones intensas cambiantes, fluctuando entre el goce de unirse y el miedo a disolverse en la unión, entre el goce de la autoafirmación al separarse y el miedo a la soledad si nadie más le quiere...) o el evitativo/fóbico social, que al sentirse falto de validez y no saber buscarla, teme exponer lo que intuye torpe al juicio ajeno, con miedo compulsivo al rechazo (lo que se manifiesta en evitación intensa de las relaciones, fluctuando entre el deseo de exponerse y el miedo a disolverse en la exposición, entre el goce de la autoprotección al aislarse y el miedo a la insignificancia si nadie le valora...)



En estos tiempos postmodernos, como sociedad, también hemos desarrollado miedos "sociales". Tememos el dolor, cuando no es por amor. Tememos el cambio, cuando no confiamos en nuestro valor para adaptarnos. Tememos al diferente, cuando no le entendemos. Y tememos perder lo que amamos, cuando amamos pocas cosas de verdad. Pero lo que tendríamos que temer con profundo estremecimiento es el frío de no amar...... 



¿Y qué hacer, entonces, con el miedo?

Quizá ese término medio aristotélico en el que el filósofo decía que se hallaba la virtud nos aconseja evitar las fobias a los caminos y sustituirlas por precauciones, y evitar las filias a otros caminos y sustituirlas por cariños. Y para ello, viene bien templar el estado de activación que produce (y es producido) por el miedo: la ansiedad. Tienes una entrada completa al respecto.


Por eso, no hay que desprenderse completamente del miedo. Viene bien conservar una elevada repulsa por lo abominable (el Dolor sin consuelo, la Insensibilidad ante lo importante, la Burla ante lo digno, la Adoración de lo trivial...) pero ir acostumbrándose a no abominar el hecho de que algo, alguna vez, haya llevado a lo abominable. No abominar todos los dolores, ni todas las insensibilidades, ni todas las burlas, ni todas las pequeñas y tiernas adoraciones, porque a veces son caminos oportunos e incluso necesarios.

Hay que mirar al miedo a los ojos, vencer el bloqueo que nos produzca y luego... decidir si actuamos contra lo que lo produce, o lo dejamos estar.

Termino diciéndolo en verso...


Libertad es romper las cadenas y  atarse a la gente,
caminar con el paso valiente  de un bravo guerrero,
 encontrar ese olor diferente
 que sólo se siente
 en el aire sincero.


Libertad es que digan ¿por qué?
 y contestar: Porque quiero.




Libertad es seguir una huella
sin dejarse vencer por el miedo
y soñar las canciones más bellas
porque en las estrellas
sueño cuanto quiero.


 Libertad es sentir hasta pena  

 por los pobres con mucho dinero
 Libertad es salir a la escena
 y ver que está llena
 de gente que quiero.


 Libertad es saltar por encima
 de las piedras que habrá por el suelo.
 Seguir siempre camino a la cima
 sabiendo que arriba
 te aguarda un te quiero.

  

Libertad es romper las cadenas y  atarse a la gente,
caminar con el paso valiente  de un bravo guerrero,
 encontrar ese olor diferente
 que sólo se siente
 en el aire sincero.


Libertad es que digan ¿por qué?
y contestar: Porque Quiero.

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