lunes, 2 de marzo de 2015

Los tres cerebros




Repito, antes de empezar, algo que ya indico en las instrucciones iniciales de este blog (...)Tengo que aclarar que ni siquiera aspiro a que sea "original". La mayor parte de cosas que escriba en él sólo son "mías" en un sentido teórico (o sea, no directamente copia-pegado), pero en la práctica las he aprendido de los libros de psiquiatría (dejé de leerlos hace mucho tiempo, pero al principio sí estudié, claro está), de mis compañeros de equipo, de mis amigos, de miles de pacientes y familiares, de los medios de comunicación, de internet, de la reflexión, de miles de libros de toda índole (novelas, ensayos, poesía, divulgaciones históricas, filosóficas o científicas, distopías, ciencia ficción, manuales de educación,  manuales de supervivencia zombie...). En fin. Un poco de mucho. 


Hace más de quince años, durante el MIR, escuché por primera vez una charla que nos dio nuestro tutor de residentes, con un tema que me resultó extraño al principio. Mente y cerebro escindidos. Luego supe que aquello era su tema (escribió un libro y todo). El caso es que, en dicha charla, nuestro tutor nos contaba cómo en todas las culturas han entendido que la mente humana no es una, sino dos. Con el tiempo, fui encontrando referencias a esto mismo con diversas metáforas, y hoy quiero plasmar aquí un resumen de mis conclusiones. Sin que esto parezca una subasta, diré que no creo que tengamos dos cerebros. Yo diría que tenemos tres.

Vamos a imaginar que no hemos leído nada de psicoanálisis, ni de neurología, ni de filosofía. Y luego vamos a recordar que algo hemos leído por ahí. Pero primero, vamos a observarnos:


Hay un yo primitivo, emotivo, poco verbal, muy observador, infantil y directo: es nuestro neanderthal. Nos avisa de que algo le gusta, o de que tiene hambre, o miedo, o sed.  Es directo, insobornable con palabras comunes, como un niño, pero muy fácil de someter con gestos o caprichos. O sea, y nuevamente, como un niño. Quizá sea el sistema mesolímbico. Y el lugar donde reside nuestro instinto.


Hay un yo teórico, fantasioso, idealista, quijotesco, nutrido de enseñanzas sobre lo no evidente, pero con fundamento en la experiencia (los tabúes hechos metáfora, el inconsciente singular freudiano o colectivo jungiano). Nos habla sin ruido. Es la voz de la conciencia, el ángel, el superyo, el padre. Imagina, mira con los ojos cerrados, bucea en la memoria sin que nos demos cuenta, otea el horizonte de sucesos, y nos llama por nuestro nombre. Es el sujeto de la frase interrogativa ¿cómo te llamas?, que se formula en segunda persona del singular, y no en tercera del plural (¿cómo te llaman?). Es el que sueña, y nos mira desde fuera, con esos sueños tan comunes en los que extrañamente nos vemos a nosotros mismos, en lugar de ser una toma en plano secuencia donde los ojos fuesen la cámara... Algunos lo llaman alma, y a sus mensajes, sueños, o intuiciones, o alucinaciones... Y quizá discurra por el hemisferio no dominante. El derecho, en la mayor parte de personas. Y el izquierdo (o siniestro) en un menor porcentaje de personas (aunque mayoritario entre los últimos presidentes de los Estados Unidos...)


Y hay (en el otro hemisferio, habrá que suponer...) un yo conciliador, consciente, pragmático, periodista que habla un lenguaje políticamente correcto, y que sabe de cálculos. Somos nosotros, con nombre y apellidos. Ese que, por culpa de que sus vecinos hablan de más o de menos, recibe diagnósticos...  

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